sábado, 11 de junio de 2011

Paracas y Huacachina.






El último plan tuvo lugar en el paraíso. Mis acompañantes: David, Daniel y Antti, muy buena compañía.

Salimos el jueves 2 de junio en la mañana temprano. Conmigo viajaba, además, una intensa migraña (¿o mejor llamarlo simple y llanamente resaca?). El tramo de autobús se me hizo corto, seguramente porque todo el rato fui durmiendo; pero cuando llegamos a Pisco mi cabecita ya estaba lúcida. Conocimos a Johnny justo bajando del autobús, ¡un gran tipo! Nos llevó a conocer la Reserva Nacional de Paracas. Después de seguir un camino largo de color amarillo pálido, aterrizamos en la luna. Un sinfín de cráteres grisáceos y amarillentos ante nuestros ojos atónitos. Caminamos largo rato, paseamos por las playas desérticas de Yumaque y Supay, a lo lejos contemplamos “La Catedral”, una formación natural de roca que contuvo una gran bóveda subterránea hasta que en el año 2007 el fatídico terremoto la desplomó. Después estuvimos en el pequeño pueblo de Paracas, un rinconcito acogedor y tranquilo, aldea de turistas y pescadores; y conocimos al apuesto “Franco-el-artesano”. Además degustamos una magnífica sopa de cangrejo y también un riquísimo ceviche mixto (ñam.ñam). A la mañana siguiente un pequeño barquito nos llevó a inspeccionar las Islas Ballestas. Allí se encuentran varios deleites para el ojo humano. Primero la formación de El Candelabro, un geoglifo de 120 metros, que parece tener una estrecha vinculación con las Líneas de Nazca. Después su enorme cantidad de flamencos, pelícanos, cóndores, gaviotas y pingüinos de Humboldt. Éstos son los artífices del famoso guano, que es la acumulación masiva de excrementos, que ha sido una importante fuente de riqueza en el pasado debido a su utilización como fertilizante agrícola. Y por último los señoriales lobos marinos que descansan en las rocas. Me enteré de que son animales con costumbres arabescas ya que el señor lobo cuenta con un harén de unas 18 señoras lobas para disfrutar a su antojo.

El segundo destino fue Huacachina, para ello: taxi hasta la carretera central, espera en la polvorienta vía acompañada de risas con los niños curiosos que salían del cole, autobús hasta la estación central de Ica, taxi hasta el destino, por fin llegada al mágico pueblo de la Huacachina. Se trata de un pueblito construido alrededor de una laguna y unas palmeras que forman un oasis natural. Todo lo que rodea a Huacachina es la inmensidad del desierto con sus gigantescas dunas. Aterrizamos en un bonito hostal de mochileros, el Bananas, que a nuestra llegada nos anunció que en hora y media salía la excursión al desierto: bien, estamos listos para la acción. La actividad más famosa es el sandboard, para ello se viaja a todo gas por las dunas en un carrito muy gracioso llamado boggie. Así, el boggie se sitúa en la cima de la duna y desciendes en picado y a toda velocidad por la arena; y entonces te viene a recoger. Son unas 10 bajadas, que van incrementando su altitud, Antonio el guía nos comentó que la última es un descenso de 500 metros. Cuando estaba en lo alto de la última bajada, miré al horizonte y me entró un pequeño ataque de pánico-vértigo; pero no había otra opción que deslizarse, ¡bendita sed de adrenalina que puede con todo! Noche de fiesta en buena compañía con otros errantes, diversión asegurada con el juego del rey e indignación ante ebrios viajeros procedentes de Holanda. Despertar en el oasis es un gusto para el cuerpo, hamacas listas para volver a tumbarse deleitando el paladar con un rico desayuno y un buen libro para la mente cansada pero curiosa. Visitamos la ciudad de Ica en la tarde, un lugar ensordecedor, movidísimo, lleno de vida y color, y olor a anticucho. Compramos películas fake en una de las múltiples tiendas de “venta de descargas ilegales”, si la Ministra Sinde lo viera se desmayaría de la impresión. Después búsqueda de ron en las tiendas, debido a la ley seca por elecciones fue un poco difícil, pero ya se sabe: los gringos no tenemos que votar, no vamos a molestar a nadie!

Llegó el último día del viaje, despertar, disfrutar de los últimos rayitos de sol y correr a la estación central de Ica para tomar el autobús que nos dejaría en Chincha. Esa parada tiene razón de ser, ya que decidimos parar en algún lugar para almorzar y conocer un poquito más. Chincha es la capital de la música afroperuana, pero en pleno auge de elecciones y a las dos de la tarde fue imposible dar con un concierto… Caminamos para ver aquello que es lo que antes de viajar al Perú te imaginas. Cierto desorden y caos en Chincha. Comimos por 5 soles un magnífico menú en un sitio cutre, alejado del centro, pero riquísimo y regentado por personas increíblemente amables. Aquí es cuando me empezó a invadir la sensación de que el viaje terminaba. Final de trayecto en autobús hasta Lima y llegada a casa, cansadísima pero contenta de conocer un poquito más este ALUCIANTE PAÍS.

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