


Los últimos días de marzo fueron asombrosos. Marta, David y yo decidimos comprar unos billetes a la ciudad de Iquitos, en el corazón de la selva. Conseguimos un contacto para realizar un tour de 5 días inmersos en la vegetación de la jungla, y así fue, bien adentro y a orillas del río Cumaceba.
Llegamos a Iquitos después de una noche prácticamente inexistente, hora y media de sueño. Al llegar y descender por las escaleras del avión el cuerpo empezó a notar el cambio de clima. Un sol apabullante, una humedad aproximada del 85%. Un pequeño pero amable aeropuerto representaba el inicio de una gran aventura: Bienvenidos a la selva!! Allí nos esperaba Gary, el que fue nuestro guía y se convirtió en nuestro amigo. La mañana transcurrió y no podía ni pestañear, porque quería ver todo lo que me rodeaba. Las calles de Iquitos son un caos, los motocarros se han convertido en los dueños y señores de todos los caminos. Ya en este momento los mosquitos empezaron a degustar nuestra dulce sangre, y no pararon hasta dejarnos secos. Por la tarde tuvimos la suerte de ir a la Laguna de Quistococha. Se trata de un lugar muy popular, y al ser domingo estaba lleno de lugareños disfrutando del día. Para empezar disfrutamos de un rico juane, un plato típico de la selva a base de arroz y pescado, todo al vapor cocinado dentro de una hoja de platanero. Después visitamos el zoológico de Quistococha, en pequeñas jaulas había monos, jaguares, loros, caimanes… Hasta llegar a la playa artificial en la laguna, como sardinas en lata chapoteaban en la orilla grupos de jóvenes y niños y familias y parejas. La gente disfrutaba a la sombra de chelas heladas y comida en tuperwares. De golpe, empezó a llover, durante 40 minutos sin pausa. Y nadie salió del agua, y el arcoíris nos acompañó largo rato. Más tarde, ya en Iquitos, nos dedicamos a probar bebidas de la zona amazónica, recomiendo el shot de Siete raíces. Se trata de un trago muy fuerte, raíces de árboles que crecen en la selva y se dejan macerar largo tiempo; dos de esos son equivalentes a 15 cervezas, o eso me pareció….
Al día siguiente salimos pronto en dirección a Nauta, un pueblo situado a la orilla del río Marañón. Desde allí surcamos en bote el río, durante tres horas. En las riberas se veían casitas de madera construidas a dos metros del suelo, grupos de pescadores en canoas, mujeres lavando la ropa y una vegetación verde y exuberante. Por fin llegamos al lodge, lo que se convertiría en nuestro santuario durante cinco días. Y digo santuario porque este era el único lugar a salvo de mosquitos; más bien sólo la cama que estaba disfrazada con una tupida mosquitera. Todos los días fueron iguales, pero cada cual más increíble. Desayuno fuerte y salida en la mañana, comida rica y salida en la tarde, cena tranquila y salida nocturna. Casi todas las excursiones las hicimos en bote ya que Gary se dio cuenta de que nuestra sangre en época de crecida del agua no es compatible con la abundancia de mosquitos asesinos. Encontramos a un lindo perezoso, que se mueve tranquilo porque es básicamente un animal que anda borracho todo el día. Un caimán, una tarántula y una serpiente estuvieron en mis manos. A lo lejos, delfines rosados, un delfín de rio que habita en la cuenca amazónica. Baño en el rio Cumaceba, y varios intentos para subir a un árbol y hacer de tarzán. Pesca de pirañas, que al final resultó no tener éxito. Varias visitas a Puerto Miguel, un pueblito en la selva con construcciones de madera separadas del suelo ya que cuando sube el agua es necesario transportarse en bote, incluso para comprar el pan. Tienen escuela, centro de artesanías, dos iglesias, tiendecitas varias, y unos 2000 habitantes. Allí había grupitos de personas que hablaban y se abanicaban, juegos de vóley, muchos niños que corrían por las calles con una sonrisa en los labios, mujeres jóvenes pero arrugadas por el esfuerzo de la vida en la selva, hombres musculosos por lo duro del trabajo diario. También allí hubo una fiesta, sonó Lady Gaga en Puerto Miguel y la cerveza amenizó el resto. Ya el viernes, con una sensación muy mezclada de tristeza y alegría abandonamos la selva pura. Tristeza porque allí nos juntamos un grupo muy divertido internacionalperuano, los guías eran geniales, y la tranquilidad conmovedora. Alegría porque las condiciones son difíciles, para mí, chica de ciudad, y porque los mosquitos no dejaron ni un solo centímetro de mi cuerpo sin picaduras (incluso en los párpados me picaron los salvajes!).
Para terminar, fiesta en Iquitos y visita a Belén. Belén es la barriada más pobre de Iquitos, la Venecia peruana. Casitas de madera y calles de agua, suciedad pero alegría. Los niños jugaban en el agua putrefacta, divertidos y risueños. Salía música de los interiores de las casas, se veían televisiones encendidas y ropa tendida de todos los colores. Empezaba a llegar el final, sólo quedaban unas horas. Y aprovechamos para pasear por la ciudad, comer rico y sentarnos en el malecón a ver pasar a la gente. Así, y ya de repente, el final del viaje. Retraso del avión acompañado de muchas risas en la espera. Y llegada a Lima, exhausta.