Hace días que no escribo y no ha sido por falta de
estímulos, sino más bien por falta de creatividad. Está siendo una de esas
épocas, en las que a pesar de “todo estar bien” se me ha secado la sesera. Más en
ese sentido de vacío existencial de la imaginación. Sí, bien extraño en mi
inquieta cabeza, pero he decidido intentarlo hoy de nuevo.
Pero bueno, me voy a quedar con la última salida, más que nada porque la tengo más fresca, más cerca. Salimos de Guayaquil Pablo, Leo y yo (Los Chuchaqui Crew) este jueves, dirección Latacunga. Llegamos a las 5 de la mañana y casi nos congelamos. Esperamos a los demás, en total nueve entre españoles y franceses. Ya con un cafecito en el cuerpo, muy temprano buscamos un bus que nos llevase a la Laguna de Quilotoa. Resulta que casi llegando a Zumbahua la carretera está cortada. Nos bajamos del bus, caminamos, la carretera deja de estar cortada, nos subimos al bus otra vez, llegamos a Zumbahua. Desde Zumbahua nos lleva el Señor Galo hasta Quilotoa; en este insufrible individuo no hay que confiar nunca mais. Por fin llegamos al camino de descenso del volcán. La Laguna de Quilotoa se encuentra dentro de un volcán que está activo pero la última erupción confirmada data de 1660. Se debe bajar un camino de unos 400 metros (el Volcán de Quilotoa tiene 3910 metros de altura). Desde arriba se vislumbra la laguna, de un color cambiante, a partir de la cual han nacido varias leyendas. No me atreví a subir caminando, entre la altura y mi forma física, el horno no está para bollos. Así que subí a caballo, después del choclo con queso y las cervezas al lado de la laguna. Tarde tranquila, noche al borde de la estufa de leña, desmayo nocturno sin explicación. Cena y desayuno espléndido en el Hostal Cabañas. Al día siguiente fuimos al mercado indígena de Zumbahua y fue una buena experiencia. Todos con sombrero, sin excepción. Es un mercado tradicional, nada turístico, van las familias a hacer su compra semanal. Me quedo con las miradas cómplices entre mujeres, y entre éstas y sus guaguas (bebés en quichua). Tomamos un bus hacia Latacunga, almuerzo, tomamos otro bus a Riobamba. Allí empieza el desmadre, unos se van otros se quedan. Cuatro nos quedamos en Riobamba y todo desvarió en bailes de reggaetón y mojitos. Domingo dominguero, caminata por la Laguna de Colta; recomendable a medias. Retorno en bus, se fraguó el motín, los pasajeros no estaban dispuestos a pagar cinco dólares, o cuatro o nada. Viaje duro, sobre todo para Pablo. Llegada a Guayaquil.
Ahí está el relato del último viaje. Me propongo hoy
escribir regularmente; pero no aseguro que salga, igual que con las subidas al
cerro de mañana para sanear el cuerpo.
Os abrazo fuerte amigos.